I. INTRODUCCIÓN. Las relaciones entre EEUU y América Latina se han caracterizado, hasta hace muy poco, por un fuerte y activo intervencionismo del “imperio” en asuntos internos del subcontinente americano, precipitándolo, en no pocas ocasiones, a regímenes autoritarios, antidemocráticos y genocidas.
La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca ha marcado, como en tantos otros aspectos, un cambio en las relaciones entre ambos. En la V Cumbre de las Américas, celebrada en 2009 en Puerto España, Obama ofreció a América Latina un diálogo de igual a igual, basándose en el respeto mutuo y la cooperación, en una línea política parecida a aquella que representaron F.D. Roosevelt y Carter, como, por desgracia, extraña excepción a lo que ha sido la norma.
Según Hardy (2009: 15), nos encontramos ante: “una América Latina, que en su mayor parte se evidencia políticamente madura y asertiva, y no aceptaría otra cosa”.
II. BREVE RETROSPECTIVA HISTÓRICA. En 1823 Quincy Adams elaboró la Doctrina Monroe, con la que se pretendían frenar las ambiciones coloniales de Europa en América, estableciendo una clara división entre el “Viejo” y el “Nuevo” mundo. Sin embargo, no fue hasta principios de siglo XX, cuando EEUU consigue posicionarse como potencia mundial, que retoma esta doctrina para convertirla en piedra angular de su política exterior. Aunque muchos autores han sintetizado esta doctrina como “América para los americanos”, su reflejo más exacto en la realidad sería “América para los estadounidenses”, quienes empezaron a operar en el subcontinente americano como si se tratara de su “patio trasero”, con acciones como la invasión de Haití o la Enmienda Platt, por la cual controlaba casi toda la isla de Cuba.
Los gobiernos republicanos de Harding (1921-23), Coolidge (1923-29) y Hoover (1929-33), marcaron la línea del intervencionismo activo en todos los aspectos de las relaciones con América Latina. Con F.D. Roosevelt (1933-45) se suaviza el intervencionismo inaugurándose la política del “Buen Vecino”, por la que los estados americanos debían resolver sus controversias mediante medios pacíficos. La Guerra Fría puso fin a esta política.
III. LA GUERRA FRÍA. En América Latina, uno de los efectos de la crisis económica posterior a la II Guerra Mundial fue la pérdida de socios comerciales en Europa y la reorientación del mercado hacia EEUU. “El enorme poder de las empresas estadounidenses en esta época superó en numerosas ocasiones los límites de la soberanía nacional. La promoción de la corrupción de la clase política, (…), a través del intercambio de financiación de campañas electorales a cambio de favores políticos fue un comportamiento habitual en este entorno (…)” (Caldentey, 1997: 158). Por desgracia esto quedó totalmente de manifiesto en la campaña contra el presidente guatemalteco Jacobo Arbenz Guzmán en 1954. Arbenz desató las iras de la United Fruit Company al legalizar el recién creado Partido Comunista de Guatemala y poner en marcha una Ley de Reforma Agraria que perjudicaba, sobre todo, a las grandes propiedades (muchas de ellas de capital extranjero). “La propaganda norteamericana quiso hacer creer que Guatemala se estaba convirtiendo en un satélite soviético, y los clamores antiimperialistas, dentro y fuera del país, respondieron con el tono y el carácter esperados” (Brignoli, 1985: 157).
En 1959 triunfa la revolución cubana y en la década de los 60 comenzaron a aparecer movimientos guerrilleros en países centroamericanos, en concreto en Guatemala y Nicaragua con cierta inspiración del Movimiento 26 de Julio, pero fueron eficazmente reprimidos, en parte gracias a los efectos colaterales de La Alianza por el Progreso (ALPRO), lanzada por la Administración Kennedy.
La ALPRO fue un amplio programa de reformas para América Latina que se lanzó a partir de 1961 para impulsar el crecimiento económico y ciertas reformas democráticas, intentando alejarse de lo que había caracterizado al intervencionismo de Estados Unidos hasta entonces: apoyo de sus intereses estratégicos a través de gobiernos autoritarios y dictatoriales. De todas maneras este plan no escondía su voluntad de actuar como contrapeso a la creciente influencia que ejercía el ejemplo cubano sobre las aspiraciones revolucionarias de muchos grupos guerrilleros, y con el telón de fondo del fracaso del intento de invasión de Bahía Cochinos (1961).
Según Levinson y Onís, “la ALPRO nació motivada por la llegada al poder de Fidel Castro, lo que obligó a la Administración norteamericana a prestar más atención a los problemas del Tercer Mundo, en particular a América Latina” (citado en Sanahuja 1996: 108). Añade Sanahuja “que no fueron ajenos a este proceso los profundos cambios que se estaban produciendo en el escenario internacional, particularmente los procesos de descolonización y la proclamación de la “Primera Década del Desarrollo”, por parte de Naciones Unidas”.
Además, y de manera general, dadas las condiciones impuestas por la Guerra Fría, se implanta la Doctrina de Seguridad Nacional, “redefiniendo la naturaleza y funciones del estado, transformándolo en una fuerza contrainsurgente que centró su actuación en la represión” (Poitevin y Sequén-Mónchez, 2002: 52). Y, añade Sanahuja (1996: 113), que “la Doctrina Mann, privó a la ALPRO de todo contenido democrático, abriendo la puerta a una oleada de regímenes militares que empujarían a América Latina a una de las peores etapas de autoritarismo de su historia”. Como parte de la Doctrina de Seguridad Nacional se instaló, entre 1946-1984, la Escuela de las Américas, con sede en Panamá, con el objetivo de adiestrar a policías y militares latinoamericanos en técnicas contrainsurgentes para contrarrestar el peso que iban adquiriendo los movimientos revolucionarios latinoamericanos en el contexto de la Guerra Fría.
Como ya se ha mencionado, a finales de los años 60, principios de los 70, y al calor de los conflictos “periféricos” de la Guerra Fría, el descontento generalizado de la población excluida eclosionó en el surgimiento de movimientos guerrilleros, apoyados sobre todo por Cuba (e indirectamente por la URSS), mientras la administración estadounidense, en muchas ocasiones a través de la CIA, apoyaba a los gobiernos militares y los movimientos contrainsurgentes.
Un hito importante, en la década de los 70, fue la firma del Tratado Torrijos-Carter (1977), que transfería progresivamente la soberanía sobre el Canal a Panamá (pautada para el año 2000) y el Tratado concerniente a la neutralidad permanente. Era también un ejemplo de la política de Carter (1977-1981) en la región, que suavizó mucho el intervencionismo de sus predecesores y se enfrentó a la tensión bipolar desde el convencimiento de que los derechos humanos, las reformas democráticas y el respeto mutuo eran la mejor receta para contener el avance del comunismo en América Latina.
Según Brignoli (1985: 184), “los sectores conservadores de EEUU vieron en estos tratados una pérdida irremediable de influencia sobre el continente”. Pero no hay que perder de vista que el liderazgo norteamericano a nivel internacional atravesaba una crisis de legitimidad por la pérdida de la Guerra de Vietnam, la caída del Sha en Irán, la crisis en El Líbano, Cuba recrudecía su régimen y la isla de Granada, con Bishop al frente, instauró un régimen socialista muy cercano al de Fidel Castro. Además, hay que sumarle el fracaso de la liberación de rehenes norteamericanos en la embajada de EEUU en Teherán; pero, según Torres-Rivas (2006: 117), “los golpes más duros para la geoestrategia norteamericana fueron la revolución iraní y la invasión soviética de Afganistán”. Tras estos acontecimientos, el enfrentamiento bipolar se recrudeció a niveles similares a los experimentados durante la crisis de los misiles cubanos (1962) y esta tensión se trasladaría también a los conflictos “periféricos” en el Tercer Mundo alimentados por ambos contendientes. Los sectores más conservadores, con Reagan a la cabeza, culparon a Carter y su política de “derechos humanos” de estos “fracasos” en política exterior.
Por otro lado, se empezaron a visibilizar, a nivel internacional, las reivindicaciones de los Pueblos Indígenas. Aunque esto escapaba a la lógica del conflicto bipolar, quizá de manera indirecta y no intencionada, la Guerra Fría lo ayudó a poner de manifiesto, ya que los conflictos armados de Centroamérica arrojaron un saldo de víctimas indígenas escalofriante, especialmente en Guatemala, donde se sucedieron varios genocidios perpetrados al calor del gobierno de Ríos Montt.
En la década de los 80, Reagan retoma la línea más dura de intervencionismo, aprobando una serie de operaciones de la CIA en el subcontinente, como la invasión de la isla de Granada (1983).
Centroamérica se convierte en “el polvorín del mundo”, con múltiples conflictos, dando lugar a la noción de guerra de baja intensidad (Hardy: 2009). Se apoya a las fuerzas militares y paramilitares de Guatemala, El Salvador y de Honduras contra el régimen sandinista. Las violaciones masivas de los derechos humanos están al orden del día con la aquiescencia de la gran potencia.
En 1986, con el Congreso norteamericano en manos del partido demócrata y tras el escándalo del “Irán-Contra”, se hacía inviable continuar con las operaciones encubiertas de la CIA y el apoyo tradicional a la Contra (Sanahuja 1996: 130).
Por otro lado, a principios de los 80 estalló la crisis de la deuda, como consecuencia de la crisis del petróleo de 1973. La rápida devaluación del dólar hizo reaccionar a la OPEP multiplicando el precio del crudo y, como la demanda energética se mantuvo estable, se produjeron unos extraordinarios beneficios. Comenzaron a circular gran cantidad de “petrodólares”, que los países productores situaron en bancos occidentales. El exceso de capital hizo que los tipos de interés se desplomaran, circunstancia que, tanto unos como otros, aprovecharon respectivamente para prestar y aceptar inmensos créditos. A mediados de los 80, la deuda externa acumulada de América Latina ascendía a 400.000 millones de dólares (aproximadamente un cincuenta por cien del total de la deuda del Tercer Mundo) (Piñón, FJ: Educación y procesos de integración económica: el caso del MERCOSUR).
La deuda la contrajeron muchos gobiernos autoritarios que comprometieron las posibilidades de desarrollo de futuras generaciones. Es el caso de Chile o Argentina. “Alrededor de un quinto del total de la deuda tiene su origen en créditos concedidos en periodos de dictaduras. Se calcula que una quinta parte se dedicó a armas, a menudo para sostener regímenes opresores“(Mencos Arraiza, Javier. Deuda Externa. Introducción).
En los 80 los precios de los productos básicos (principales exportaciones de los países en desarrollo) cayeron y el del petróleo continuó aumentando. La alarma estalló cuando, en 1982, México se declaró incapaz de pagar su deuda. El ajuste estructural que impusieron las Instituciones de Bretton Woods (FMI, BM, OMC), nacidas del Consenso de Washington, marca un cambio de la dominación imperial, ejercida hasta entonces, a la hegemonía económica, que se impone a partir de la caída del Muro de Berlín. Las políticas macroeconómicas impuestas exacerbaron las desigualdades estructurales al exigir austeridad fiscal y recortes en el gasto público destinado a educación, sanidad, etc.Cabe recordar que, en casi todos los países de América Latina, una de las consecuencias de la colonización, que se consolidó a través de los procesos de descolonización, fue la estratificación en el poder de una élite ladina que concentró el poder político-económico de los países, excluyendo de los procesos de toma de decisiones y de la agenda política a vastos sectores de la población. Esta tendencia fue reforzada por el intervencionismo de EEUU para contener el avance del comunismo de la mano de las demandas sociales de los “desheredados”, principalmente campesinos e indígenas. La transformación del imperialismo tradicional en hegemonía económica ha contribuido a mantener esas desigualdades históricas.
IV. TRAS LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN. Tras la Guerra Fría, y la victoria de la Guerra del Golfo, Estados Unidas se consolida como potencia hegemónica en la esfera internacional.
George Bush, convencido de la necesidad de que EEUU liderase un proceso conducente a expandir el libre mercado en todo el mundo, lanzó la “Iniciativa para las Américas”, (1990), que sería el embrión del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proyecto concluido por Bill Clinton, mucho más centrado en la política doméstica, aquejada por una grave recesión.
El periodo de G.W. Bush se caracterizó por lo que muchos politólogos han denominado “negligencia beneficiosa”, o lo que es lo mismo, una marcada falta de interés, lo que se tradujo en un periodo de estabilización política considerable, solo alterada por el apoyo al golpe de estado contra Chávez, o la intervención regional a través del Plan Colombia, que había sido iniciado por su predecesor.
El interés, casi exclusivo, de la administración Bush por Oriente Medio en materia de política exterior, permitió a las democracias latinoamericanas seguir su propio rumbo sin injerencias por primera vez en más de 100 años.
Como se mencionaba al inicio, la llegada de Barack Obama al poder ha abierto una ventana de oportunidades para redefinir las relaciones entre América Latina y EEUU. Aunque, hasta ahora, parece que el nuevo presidente continúa con la negligencia beneficiosa, ya que se encuentra más centrado en los frentes abiertos en su propio país.
Además, la emergencia de Brasil como potencia regional y global plantea nuevos escenarios en las relaciones internacionales de América Latina y con EEUU.
BIBLIOGRAFÍA. P. Caldentey, El Desarrollo Económico de Centroamérica en el entorno de la Integración Regional, Tesis doctoral, Universidad de Córdoba, Etea, 1997; T. Halperin Donghi, “Historia contemporánea de América Latina”, Alianza Editorial, SA., Madrid, edición 2005; M. Leffler, La guerra después de la guerra, Crítica, S.L., Barcelona, 2008; J. Mencos Arraiza: Deuda Externa. Introducción. Documento disponible en: http://www.fuhem.es/portal/areas/paz/EDUCA/mrs/articulos/deudaintro.htm; Le Monde Diplomatique, Edición española, Nº 6: La nueva Sudamérica. Alfredo Toro Hardy: “Obama y Latinoamérica: el último capítulo de una larga saga” (pág. 12-15), Ediciones Cybermonde S.L., Valencia, 2009; H. Pérez Brignoli, Breve Historia de Centroamérica, Alianza Editorial S.A.,Madrid, 1985; F.J. Piñón, Educación y procesos de integración económica: el caso del MERCOSUR. Todo el documento disponible en: www.oest.oas.org; R.Poitevin y A. Sequén-Monchez, Los desafíos de la democracia en Centroamérica, Ciudad de Guatemala, FLACSO, 2002; J.A. Sanahuja, La ayuda norteamericana en Centroamérica, 1980-1992, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid (2 vol.), 1996 (inédita); E. Torres-Rivas, La piel de Centroamérica, Ciudad de Guatemala, FLACSO, 2006.